Cuando pensamos en la palabra duelo, solemos imaginar la pérdida de una persona cercana: un familiar, un amigo, una pareja. Sin embargo, el duelo es mucho más que eso. Hay duelos que no se ven, que no se reconocen fácilmente porque no cumplen con ese molde socialmente aceptado, pero que igualmente duelen, afectan y atraviesan profundamente.
Estos duelos silenciosos pueden ser la pérdida de un trabajo que definía parte de nuestra identidad, una ruptura que no fue clara o no se expresó, el alejamiento de amistades que antes eran un sostén, la pérdida de salud o de un sueño que parecía seguro. También duelos ligados a cambios abruptos, como mudarse lejos de lo conocido o dejar atrás una etapa de la vida que nos daba estabilidad.
Lo que hace tan dolorosos estos duelos invisibles es que muchas veces nos sentimos solos con ese dolor. No recibimos ese reconocimiento social que ayuda a validar lo que sentimos. No hay un funeral, no hay palabras consoladoras de otros, y por eso, tendemos a minimizar nuestro propio sufrimiento o a creer que deberíamos “superarlo” rápido.
Pero el duelo, visible o invisible, duele en el cuerpo y en el alma. Se manifiesta en tristeza profunda, en una sensación de vacío que a veces ni podemos nombrar. Puede aparecer como cansancio, dificultad para concentrarnos, irritabilidad o una sensación constante de estar a la deriva, sin un ancla firme.
Para quienes viven con ansiedad, este duelo silencioso puede ser especialmente difícil. La ansiedad es una voz que no para de hablar, que busca explicaciones, que intenta controlar lo incontrolable. Y cuando el duelo no se puede expresar o procesar, esa voz interna se vuelve aún más insistente y caótica, generando una mezcla compleja de emociones que pueden sentirse abrumadoras.
Reconocer estos duelos invisibles es el primer paso para empezar a acompañar ese dolor con compasión y cuidado. No importa si otros no lo ven o no lo entienden: tu dolor es real, merece ser escuchado y acompañado. Darle espacio a ese duelo silencioso, aunque parezca que no afecta, es fundamental para poder atravesarlo y sanar.
Ansiedad & duelo
Muchas preguntas que no tienen respuesta

El duelo y la ansiedad también se relacionan. Cuando enfrentamos una pérdida, nuestro cuerpo y nuestra mente reaccionan no solo con tristeza, sino también con una activación intensa que puede manifestarse como ansiedad. Esa sensación constante de alerta, de preocupación, de pensamientos que no paran, es una respuesta natural a un dolor que todavía no tiene un lugar claro.
La ansiedad en el duelo puede ser ese ruido interno que no frena. La mente se llena de preguntas sin respuesta: ¿Cómo seguir? ¿Voy a poder? ¿Y si vuelvo a perder? Ese miedo al vacío, a lo desconocido, a la soledad, se mezcla con la tristeza, multiplicando el malestar.
Además, la ansiedad puede hacer que el duelo se sienta más abrumador y difícil de manejar. Puede aumentar la intensidad de las emociones, hacer que los pensamientos negativos se repitan una y otra vez, y generar sensaciones físicas desagradables que suman tensión al cuerpo y al corazón.
Para quienes ya tienen ansiedad, el duelo puede despertar viejos miedos y patrones que creían superados, o profundizar sensaciones de inseguridad y vulnerabilidad. Para quienes no la tenían, la experiencia de duelo puede ser la puerta de entrada a un estado ansioso que no esperaban.
Esta combinación hace que el proceso de duelo sea menos lineal y más complicado. No se trata solo de “sentir tristeza” y “seguir adelante”, sino de aprender a convivir con una mente que a veces parece no poder frenar, que insiste en anticipar lo peor, que busca explicaciones que no existen.
Reconocer cómo la ansiedad se manifiesta en el duelo es fundamental para poder abordarla con paciencia y con herramientas que nos ayuden a calmar ese ruido interno. Porque sanar el duelo también implica calmar la ansiedad, aprender a sostenernos en el presente, a encontrar pequeños espacios de calma en medio de la tormenta emocional.
Actividad
Carta de despedida a quien ya no este
Un ejercicio muy valioso para ayudar a transitar el duelo es escribir una carta a quien ya no está. No importa si esa persona está físicamente ausente, o si la pérdida fue de otro tipo (una etapa, un proyecto, un cambio). La idea es darle un espacio seguro a tus emociones, para expresarlas sin filtro ni juicio.
En esa carta podés poner todo: lo que extrañás, lo que te dolió, lo que querés agradecer o incluso lo que no entendés. Este ejercicio permite sacar afuera el dolor, ponerle palabras, y de algún modo, liberar la tensión interna que genera el duelo y la ansiedad.
La carta puede ser un acto íntimo y privado, o también podés compartirla con alguien de confianza, si sentís que eso te ayuda. No hay una forma “correcta” de hacerlo, sino la que te funcione a vos.