Cuando pensamos en ansiedad, solemos enfocarnos en lo individual: hábitos, pensamientos, cuerpo, estilo de vida. Y si bien todo eso importa, hay un aspecto que muchas veces pasamos por alto, y que tiene un peso enorme en nuestra regulación emocional: los vínculos.
No estamos diseñados para calmarnos por nosotros mismos todo el tiempo. Somos seres sociales y desde el nacimiento, el contacto con otros cumple una función reguladora: cuando un bebé llora, no puede calmarse por sí mismo; necesita el sostén del otro. Si bien a medida que crecemos, podemos ser mas autónomos e independientes, esa función de co-regulación no desaparece con el tiempo, aunque muchas veces le saquemos importancia o incluso nos dé vergüenza admitir que la necesitamos..
Algunas teorías explican esto desde una mirada neurobiológica: nuestro sistema nervioso autónomo (que regula funciones como la respiración, el ritmo cardíaco o la digestión) tiene distintas respuestas ante lo que percibe como seguro o amenazante. Y una de esas respuestas es el sistema de conexión social: una red de nervios (en especial el nervio vago ventral) que se activa cuando nos sentimos seguros en presencia de otros.
Esa sensación de seguridad —que se da, por ejemplo, cuando alguien nos escucha con presencia, cuando sentimos que no tenemos que defendernos, cuando no hay juicio— permite que el sistema nervioso baje su nivel de alerta y entre en un modo más tranquilo, fisiológicamente distinto: el modo parasimpático ventral, asociado a la calma, la creatividad, la empatía y la regulación emocional.
Este proceso no es solo emocional, es físico. Estudios en neurociencia muestran que la presencia de alguien emocionalmente disponible y seguro puede reducir los niveles de cortisol (hormona del estrés), bajar el ritmo cardíaco, y facilitar el descanso o la recuperación después de una situación estresante. En otras palabras: no es solo “me hace bien estar con esta persona”, sino que tu sistema nervioso literalmente lo registra y responde.
Por eso, cuando estás atravesando momentos de ansiedad o de estrés crónico, con quién te rodeás puede hacer una gran diferencia, incluso si no hablás de lo que te pasa.
No se trata de “depender de alguien”, sino de reconocer que la regulación emocional no es solo un trabajo interno, también es relacional. Y poder identificar vínculos que te devuelven al cuerpo, que te permiten estar en calma, que no te exigen demostrar ni explicar todo el tiempo, es también parte del trabajo terapéutico.
No todo es mental
El precio de mantener vínculos en donde no te sientas seguro

Así como algunos vínculos nos calman, otros pueden mantenernos en alerta. Y esto no siempre se trata de personas “tóxicas” o relaciones abusivas (aunque, claro, eso también). A veces se trata de vínculos en los que sentís que tenés que estar en alerta, cuidando cada palabra, leyendo entre líneas, intentando agradar o anticipar el malestar del otro.
Ese estado de hipervigilancia —propio de la ansiedad— también se sostiene en dinámicas relacionales. Especialmente si estás acostumbrada a postergarte para no incomodar, o a leer el entorno todo el tiempo para evitar conflictos. En el cuerpo, esto se siente como tensión, agotamiento, falta de aire, dificultad para dormir, o incluso síntomas gastrointestinales. No son solo reacciones “mentales”; son ajustes que hace el cuerpo para sobrevivir a la interacción.
La ansiedad no es solo lo que pensás. Es también lo que pasa entre vos y el otro.
Por eso, una parte fundamental del abordaje terapéutico es poder observar tus relaciones desde esta perspectiva:
- ¿Con quién sentís que podés respirar?
- ¿Con quién te cuesta decir lo que pensás sin culpa?
- ¿Con quién sentís que tenés que “esforzarte” para estar bien?
- ¿Dónde te das permiso a no estar disponible?
No se trata de cortar vínculos rápidamente, sino de tomar conciencia del efecto que tienen en tu sistema. Esa conciencia es el primer paso para salir del automático y empezar a elegir las relaciones que sean más seguras, reparadoras, y sostenibles.
Recurso
Escaneo relacional
La ansiedad no siempre se activa por pensamientos, a veces se dispara en presencia de ciertas personas o dinámicas. Por eso, te comparto una herramienta que uso mucho en consulta: el escaneo relacional. Es una práctica simple per efectiva para empezar a observar cómo responde tu cuerpo en distintos vínculos. No se trata de juzgar, sino de registrar (y en base a eso, poder elegir con conciencia)
Podés hacerlo mentalmente o escribirlo en tu journal.
¿Cómo hacerlo?
Elegí una o dos personas con las que te vinculás seguido. Después de estar con ellas (o incluso luego de vincularte por mensaje o demas ), preguntate:
- ¿Cómo se siente mi cuerpo después de este intercambio?
(¿Liviano, cansado, tenso, agitado, relajado?) - ¿Cómo noto en mi respiración?
(¿Está más superficial, contenida, fluida?) - ¿Me dieron ganas de aislarme o de compartir más?
- ¿Tuve que callarme algo para no incomodar?
- ¿Me sentí libre de ser honesta/o?
Registrar esto de forma regular puede ayudarte a identificar vínculos que te desregulan y también aquellos que te hacen bien. Porque no todos los espacios son seguros para la calma, y está bien reconocerlo.
Este tipo de prácticas aumentan tu conciencia corporal y ayudan a entrenar la autorregulación, una vida de calidad también depende de los vínculos que elegís.