Cuando hablamos de ansiedad, muchas veces la pensamos únicamente como un problema mental: pensamientos que no paran, preocupaciones que se repiten, miedos que se anticipan.
Pero la verdad es que la ansiedad también se siente en el cuerpo.
El cuerpo dice, lo que la mente calla. Cuando estamos en un estado de alerta sostenida (aunque no haya un peligro real), el sistema nervioso activa respuestas de supervivencia: lucha, huida, congelamiento.
Cuando nuestro cerebro percibe un peligro, prepara a nuestro organismo para afrontar la amenaza. En segundos, el sistema nervioso simpático acelera tu corazón para que tengas más sangre en los músculos, frena la digestión porque ahora lo urgente es salir corriendo, dilata las pupilas para captar más información del entorno, y libera adrenalina y cortisol para darte la “fuerza” necesaria, entre muchas cosas mas. Y esto esta bien, es una reacción natural, adaptativa, que nos protege y mantiene la supervivencia. Pero el problema es cuando esto se vuelve crónico y se activa sin ninguna amenaza real, porque nuestro cuerpo pone en marcha muchos funcionamientos que si no vuelven a un estado normal, va a generar un desequilibrio.
Históricamente, esto era un mecanismo de supervivencia (asi tal cual!!!), pero en la actualidad, los depredadores son simbólicos. Ya no se activa esporádicamente frente a un león que nos quiere comer, sino en la diaria, día tras día.
Y ese mismo mecanismo —que fue diseñado para activarse en momentos puntuales de peligro físico— hoy se activa con cosas como:
- Un mail sin responder.
- Una reunión que te incomoda.
- El scroll eterno que te compara
- La autoexigencia por rendir, gustar, lograr.
El cuerpo no distingue entre una amenaza real y una amenaza percibida. Y como vivimos en una cultura que glorifica la hiperproductividad, el control y la urgencia, nuestro sistema nervioso esta activado de manera crónica. Todo el tiempo (what !!!)

Y ahí es cuando la ansiedad se vuelve cuerpo.Y eso tiene un correlato físico.
- Bruxás de noche, porque tu cuerpo sigue defendiéndose incluso dormido.
- Tenés la panza inflamada, porque tu sistema digestivo no es prioridad en modo supervivencia.
- Te irritás sin motivo claro, porque la ansiedad también vive en el umbral de lo que tu cuerpo puede tolerar.
- Tenés dolor crónico o fatiga persistente, y nadie encuentra una causa médica concreta.
- Te diagnosticaron fibromialgia o una autoinmune, y nadie te explicó el vínculo con lo emocional.
La química del estrés
Del pensamiento al cuerpo
Muchos de los síntomas físicos de ansiedad no aparecen de un día para el otro. Son la consecuencia de haber estado desatendiendo las señales del cuerpo durante demasiado tiempo.
Cuando vivimos siempre desde los mismos pensamientos, emociones y hábitos —es decir, cuando estamos atrapados en la misma química del estrés— el cuerpo deja de ser un mensajero del presente y se convierte en una extensión del pasado. En otras palabras : el cuerpo empieza a hablar desde la memoria de lo que nos duele, lo que tememos, lo que no resolvimos. Y eso tiene un impacto real:
- Nos volvemos expertos en sobrevivir, pero no en habitar.
- En cumplir con todo, pero sin preguntarnos cómo nos sentimos.
- En responder al mundo, pero sin pausa para escucharnos.
Hasta que un día, el cuerpo grita lo que venimos callando hace meses (o años): «hoooola bajá el ritmo, prestame atención x favor.»
Ese dolor que no se va. Esa contractura que aparece siempre igual. Ese insomnio que vuelve cada tanto.
Síntomas que parecen físicos, pero que están profundamente ligados a lo emocional. Porque la ansiedad no vive solo en la mente.Vive también en la mandíbula tensa, en el colon irritable, en el bruxismo, en los trastornos autoinmunes, en el agotamiento crónico.
Y acá está lo importante: no se trata de eliminar el síntoma. Se trata de volver a habitar el cuerpo con conciencia, para dejar de vivir en alerta y empezar a vivir en presencia.
Mi recomendación
Yin Yoga
Yin Yoga no es una práctica de yoga más. Para mi, es muy especial porque trabaja sobre la fascia: el tejido conectivo que envuelve músculos, órganos y estructuras internas. Un sistema que no solo sostiene el cuerpo, sino que también guarda huellas.
Muchas veces, el cuerpo acumula tensión por lo que no pudimos expresar: angustia, estrés, enojo, exigencia. Y cuando empezamos a aflojar físicamente, emerge todo lo que quedó atrapado.
Por eso, no es raro que una práctica lenta, silenciosa y sostenida genere tanta incomodidad emocional. Porque es parte del proceso: aflojar lo físico también afloja lo psíquico.
Liberar no siempre se siente bien en el momento, pero sí se siente más liviano después.
La clave es practicar con amabilidad: permitir que el cuerpo hable sin forzarlo. Sentir sin interpretar. Abrir espacio interno sin juzgar lo que aparece. Porque sanar no es evitar lo que duele, sino permitirnos atravesarlo con conciencia