
Hay algo que muchas personas viven en silencio <pero que pesa muchísimo>: la imposibilidad de relajarse incluso teniendo tiempo libre. Esa incomodidad de sentir que ni el cuerpo ni la mente pueden frenar. Están “sin hacer nada”, pero tampoco estás descansando, y aunque el cuerpo este quieto, la mente sigue yendo a mil.
Desde afuera parece algo “simple”, pero por dentro se vive con mucha angustia. Porque claro que son personas que quieren relajarse, disfrutar, dejar de pensar. Pero aun así su cuerpo sigue tenso, la respiración acelerada, aparece un nudo en la panza, taquicardia, entre muuuuchos otros síntomas.
Es como si hubiera una parte interna que todavía no entendiera que no está pasando nada peligroso. Que ya podrías soltar esa tensión, pero el cuerpo no logra hacerlo. Y ahí aparece la peor parte: sentir que aunque no pase nada malo, no podés sentirte en calma. Esa contradicción que nadie ve, pero vos sí vivís.
Si esto te resuena, déjame decirte algo: no es un error tuyo, no es falta de voluntad, no es mala organización ni “ser una persona ansiosa”. Tiene que ver con un sistema nervioso que pasó demasiados años aprendiendo que estar quieta era peligroso, que frenar era “perder tiempo”, que acumular pendientes era lo peor que podía pasarte. Entonces, cuando aparece un día libre, tu cerebro no lo registra como descanso sino como la mejor oportunidad para adelantar todo: meal prep, compras, limpiar, ordenar, leer, avanzar en pendiente, una lista que, aunque no sea urgente ni importante, te hace sentir que recién cuando la termines vas a poder descansar. Pero ahí está el engaño: esa lista nunca termina.
Y cuando vivís mucho tiempo desde ese lugar, el cuerpo se acostumbra a sostenerse en modo anticipación. La mente va rápido, buscando qué resolver, qué prevenir, qué optimizar. Ese estado puede parecer funcional, pero tiene un costo enorme: tu sistema nervioso queda atrapado en alerta incluso cuando nada malo esta sucediendo. Por eso una pausa no se siente como pausa: porque tu cuerpo no la reconoce como un lugar seguro.
No es solo ansiedad
por qué todos pueden disfrutar menos yo?
Esto no genera solo ansiedad, sino que es una mezcla rara entre tristeza, frustración, bronca con una misma por no poder disfrutar “como los demás”o por qué algo que debería ser simple se convierte en un desafío tan grande: “¿por qué no puedo simplemente bajar un cambio?”
y esto no hace mas que empeorar la situación, porque no es tu culpa ni hay algo malo en vos, sino que tiene que ver con que tu cuerpo viene muy entrenado a vivir acelerado. Vivimos en una cultura donde, desde chicas, nos enseñaron (sin palabras explicitas tal vez) que frenar es sinónimo de quedarse atrás, que el tiempo hay que aprovecharlo siempre, que estar quieta es perder oportunidades. Y cuando una vive tantos años desde ese lugar, el cuerpo se queda enganchado en ese mood. Y aunque hoy nos demos cuenta que eso tiene sus consecuencias, no logramos salir de ahi, porque obvio no conocemos otra manera de funcionar.
Por eso un día libre no se siente libre: se siente como un buen momento para ‘aprovechar’, como una lista invisible de cosas que “deberías” hacer para no sentir culpa después. Y el descanso se vuelve incómodo, porque tu cuerpo no lo reconoce como algo seguro.
En el fondo, lo que duele no es solo no poder relajarte. Lo que duele es sentir que hay algo en vos que no encaja con lo que “se supone” que tendrías que sentir en un día tranquilo. Y eso pesa, porque parece personal, pero obvio que no lo es.
Ejercicio simple
Aprender a frenar: que ideas sostienen la dificultad de frenar
Y acá aparece la pregunta que realmente puede modificarlo todo: ¿qué idea tenes grabada sobre lo que significa “aprovechar el día”? Porque si en tu historia “aprovechar” siempre fue sinónimo de producir, adelantarte, resolver, rendir, entonces es lógico que tu sistema nervioso no pueda registrar la calma como un lugar seguro. Tu cuerpo no se tensa porque si: se tensa porque aprendió que la quietud es “peligro”, que frenar es “perder tiempo”, que descansar se “justifica” recién cuando ya hiciste todo.
En terapia, el trabajo empieza ahí: en revisar esas creencias que sostiene el malestar y te hacen sentir que siempre estas atrasada. Y obvio que no desde el juicio, sino desde la posibilidad de podes cuestionarlas: ¿esto me sirve hoy? ¿Esto me acerca a la vida que quiero o me deja atrapada en la misma ansiedad de siempre? Que de todo esto es mio, que fui aprendiendo de mi linaje? Y cuando empezamos a identificar esas ideas, aparece algo clave: la exposición a la incomodidad del “no hacer”. Ese momento en el que tu cuerpo se inquieta y, en vez de huir hacia la lista de pendientes, aprendés a quedarte. A tolerar la incomodidad, a aprender otra manera de habitar el mundo. Y es en esa experiencia que tu sistema nervioso aprende que no pasa nada si frenas, si no producís, si no controlas, si no te adelantas.
Y algo clave del trabajo de consulta, conectar con tus propios valores: conectar con qué tipo de vida querés construir vos, no la vida que esperaron de vos. Qué cosas te hacen bien de verdad, qué te da presencia, qué te hace sentir tranquila. Porque un día libre no está para adelantar la vida: está para volver a vos.
[El verdadero “reset” de feriado: no es limpiar la casa, dejar todo preparado o tachar pendientes, sino darle a tu cuerpo la experiencia —real, vivida— de que puede estar en calma sin que nada terrible ocurra. De a poco, sin exigencias, ni sin prisa]