¿Alguna vez sentiste que nunca es suficiente, aunque hagas todo perfecto? Esa sensación de que si no cumplis con todo a la perfección, vas a ser juzgado o rechazado (o algo muy malo va a pasar) ? Esta incomodidad puede aparecer en el trabajo, en la facultad, en tus vínculos o incluso en tu vida personal, y aparece como una voz interna que te dice: “si fallo, me van a dejar de querer” o “si no lo hago perfecto, no valgo”. Y lo curioso es que, aunque logres cumplir con todo, esa sensación no desaparece, porque siempre hay un “pero”o un estándar más alto que alcanzar. Todo esto es mucho mas común de lo que crees, y tiene una explicación.
La autoexigencia es, en muchos casos, una estrategia que nuestro cerebro desarrolla para protegernos del rechazo o la desaprobación. Desde chicos, aprendemos que ser valorados depende de nuestros logros, que cometer errores es peligroso (porque nos expone a la critica, burla, valoración negativa) y que, por el contrario, cumplir expectativas externas nos asegura aceptación y recibir mucho amor (aunque el costo sea altísimo!!).
Esto tiene una base neurobiológica: somos seres sociales. Nuestro cerebro está diseñado para buscar pertenencia, porque en términos evolutivos, estar dentro del grupo aumentaba nuestras probabilidades de sobrevivir. Cada vez que recibimos aprobación, cariño o reconocimiento, se activan circuitos de recompensa en el cerebro, liberando neurotransmisores como la dopamina, que nos hacen sentir bien y reforzando la conducta que llevó a esa sensación positiva.
Es decir, nuestro cerebro aprendió: “si hago esto, recibo amor y me siento seguro → quiero repetirlo”. Esa respuesta se vuelve automática, y como resultado, nos exigimos más y hacemos más, esperando que nuestra perfección nos dé seguridad, aceptación y aprobación. Lo paradójico es que este mismo mecanismo puede atraparnos en un ciclo de ansiedad y tensión, porque la sensación de “suficiente” nunca dura demasiado: siempre hay algo más que alcanzar, otra meta que cumplir, otro error que evitar. Y ademas porque ese “nivel perfecto” que buscamos es inalcanzable: la perfección no existe. Cada logro trae consigo un nuevo estándar, una nueva exigencia, y eso nos deja atrapados en un ciclo constante de tensión y sensación de insuficiencia. En lugar de sentir satisfacción por lo que logramos, nuestro foco siempre está en lo que falta, en lo que podría salir mejor.
Este patrón no solo afecta nuestra salud mental, sino también nuestra capacidad de disfrutar lo que hacemos. Nos hace sentir en falta y percibirnos como insuficientes. Y lo más importante: nos aleja de la conexión con nosotros mismos y con los demás, porque nuestras acciones ya no se basan en lo que realmente queremos, sino en lo que creemos que otros esperan de nosotros.
Patrones aprendidos
Nadie nació autoexigente

Nadie nació autoexigente, como todas las conductas es algo aprendido. Muchas veces, nuestra autoexigencia tiene raíces en experiencias y creencias que se formaron en nuestra infancia.
Por ejemplo, si crecimos en un entorno donde nos enseñaban que los logros eran la forma de recibir amor, atención o aprobación, nuestro cerebro aprendió a conectar esfuerzo + logro con recompensa emocional.
En otras palabras: cada vez que alcanzábamos algo importante, aunque nos haya costado mucho, recibíamos reconocimiento, cariño o sensación de éxito. Y, aunque la recompensa viniera acompañada de estrés, presión o agotamiento, nuestro cerebro aprendió que “vale la pena esforzarse al máximo para ser valorado”. Así se va formando un circuito reforzado: esfuerzo → logro → validación → sensación de seguridad o aprobación → más esfuerzo.
Con el tiempo, este patrón se vuelve automático: seguimos exigiéndonos, muchas veces sin ser conscientes, porque internalizamos la idea de que nuestra valor depende de lo que hacemos y de cuánto logramos. Y acá es donde la paradoja se hace muuuuy evidente: cuanto más nos exigimos para sentirnos seguros, más aumenta nuestra ansiedad y la sensación de que nunca es suficiente.
Si esto te pasa, no te juzgues! Es la manera en la que tu cerebro aprendió a sentir seguridad, ahora lo importante es reconocer que estas creencias no son “la verdad” sobre vos mismo, sino aprendizajes que se formaron en la infancia y que podemos cuestionar y transformar. Cuanto más conscientemente identifiquemos estos circuitos, más capacidad vas a poder tener de romperlos, y de empezar a valorarte por quien sos, no solo por lo que logras <3 (y obvio tu calidad de vida va a mejorar: menos pensamientos intrusivos, menos culpa, menos tensión, más disfrute y un sistema nervioso mucho mas regulado!!)