¿Cuántas veces te dijeron “tenés que meditar” y pensaste: yo no puedo, no me sale, no tengo paciencia? La resistencia a la meditación es algo totalmente normal: vivimos en un mundo hiperconectado, donde la mente aprendió a estar siempre ocupada, siempre haciendo algo. Por eso, la sola idea de “quedarte quieta” puede sentirse rara, incómoda, o incluso pérdida de tiempo.
Pero, irónicamente, ese es el mismo motivo por el cual tu cerebro necesita espacios de pausa. La mente no sabe estar en silencio porque la entrenamos durante años a buscar estímulos: redes sociales, listas de pendientes, preocupaciones, expectativas. Pero, la meditación no es apagar la mente. Tampoco es dejarla en blanco. Eso es un mito , y a la vez una de las razones por las cuales las personas no meditan: les genera frustración no poder » no pensar”. Pero el objetivo de la meditación no es ese.
La meditación no es dejar de pensar. Es salir del modo automático y aprender a observar los pensamientos sin que te arrastren. Es como si tu mente fuera una autopista llena de autos (pensamientos) y vos, en lugar de subirte a cada uno (fusionarte con tus pensamientos) podrías quedarte en la banquina observando cómo pasan (tomar distancia de tus pensamientos).
Neurociencia
Por qué es beneficiosa para reducir la ansiedad

Desde la neurociencia, sabemos que meditar produce cambios reales en la estructura y funcionamiento del cerebro. No es meramente sentirte mejor, sino que es el proceso para algo más profundo:
Reduce la actividad de la amígdala, el centro de la respuesta al miedo y la ansiedad. Cuando meditás, tu cerebro aprende a no reaccionar de forma automática ante cada estímulo estresante.
Activa la corteza prefrontal, encargada de la autorregulación emocional, la atención y la toma de decisiones. Esto significa que empezás a responder con más claridad y menos impulso.
Favorece la neuroplasticidad, es decir, la capacidad de crear nuevas conexiones neuronales. Es como si reconfiguraras el “software” de tu mente para que sea menos reactivo y más estable.
Estimula la vía parasimpática del sistema nervioso autónomo, que es la encargada de las respuestas de calma y bienestar. Mientras vivimos mayormente en “modo simpático” (lucha-huida), la meditación ayuda a que tu cuerpo pueda activar su freno natural, bajar la frecuencia cardíaca, relajar la tensión muscular y equilibrar la producción de cortisol.
Meditás, y el cuerpo “registra” que no hay peligro real, aunque tu mente esté acostumbrada a estar alerta. Esto es clave para romper el círculo vicioso de la ansiedad.