Woow, cuantas veces te dijeron o escuchaste esa frase: si comes demás o si subis de peso es porque no sabes controlarte. Como si todo fuese control, y “si lo haces mal” es porque vos fallaste. Déjame decirte que eso no es cierto, comer por ansiedad no es simplemente una “mala costumbre” ni una señal de falta de autocontrol, ni mucho menos que fallas. Es una estrategia de regulación emocional que muchas veces se construyó sobre años de exigencias externas, mandatos estéticos y desconexión con las señales del cuerpo.
Vivimos inmersos en una cultura que patologiza el hambre, idealiza la restricción y nos hace pensar que “tener ganas de comer” es un error que hay que corregir o aprender a aguantar. Desde muy chicos aprendemos que no hay que escuchar al cuerpo, sino controlarlo. Durante muchos años fuimos víctimas de tener que seguir una dieta, de buscar alternativas para no sentir hambre (chicles, pastillas, barritas de cereal, gaseosas cero y muchas otras cosas más), todo con el fin de realmente intentar hacernos funcionar como si fuésemos robots y no humanos con emociones.
El problema es que, cuando pasamos mucho tiempo ignorando las necesidades reales del cuerpo (hambre, descanso, contacto, descanso mental), esas necesidades no desaparecen, sino por el contrario, se acumulan. Y tarde o temprano el cuerpo pide una forma de aliviarse, obvio muchas veces de la manera que puede. Muchas veces, esa forma es a través de la comida, porque comer activa sistemas de recompensa en el cerebro, nos devuelve una sensación de control (aunque sea efimera) y nos da una falsa percepción de alivio.
Y esto se agrava aún más cuando la comida fue históricamente el único espacio donde te permitiste algo placentero sin “rendir cuentas” o donde lo relacionaste con un momento de tranquilidad, como por ejemplo: los sábados por la noche con un cheat meal. Eso no hace mas que seguir reforzando a la comida como un premio, como un momento de paz. Y en verdad la comida no es un premio ni un castigo, es simplemente eso: comida.
La ansiedad, entonces, no es la causa única del comer emocional: es solo una de las tantas capas que componen ese vinculo tan complejo y profundo. En ese vinculo conviven la historia de tu cuerpo, los mensajes que recibiste sobre lo que “está bien” sentir o desear, las experiencias de control o descontrol que atravesaste y, muy especialmente, la forma en la que aprendiste a estar con vos misma en momentos de incomodidad.
Muchas veces, lo que sostenemos como “hambre emocional” no es otra cosa que una señal del cuerpo intentando ser escuchada. No necesariamente de alimento, sino de cuidado, de pausa, de ternura. Pero cuando tu historia estuvo marcada por mandatos como “no llores”, “seguí adelante”, “no frenes” o “no te merecés descansar si no terminaste todo”, es lógico que en lugar de registrar lo que sentís, tu cuerpo busque alivio automático —y muchas veces, lo encuentra en la comida.
Y acá aparece la trampa: ¿Cuál es el costo de seguir funcionando desde esa lógica?
Que cada vez que comés desde la ansiedad (o desde la necesidad de compensar un malestar), no solo no te regulas, sino que además aparece la culpa.
Y con la culpa, reaparece la voz interna que te exige más control, que te dice que “esto no puede volver a pasar”, que ahora sí vas a “portarte bien”.
Y con esa exigencia, llegan nuevas restricciones, más desconexión y más vulnerabilidad frente al malestar. El ciclo se repite.
Este patrón no tiene que ver con falta de voluntad, ni con hacer las cosas “mal”.
Tiene que ver con no haber aprendido (todavía) formas más amables de acompañarte. Comer emocionalmente no es el problema. El problema es cuando es la única vía que tenés para regular lo que sentís. Y por suerte eso, se puede trabajar. Es desde ahí que empezamos a reconectar: no con la idea de comer perfecto, sino con la posibilidad de habitarte sin castigos ni exigencias.
No es hambre, es desconexión
La comida como vía de escape

Tal vez nunca te enseñaron a hacerle lugar a lo que sentís. Tal vez te premiaron por ser “la que no molesta”, la que resuelve, la que sigue. En muchos casos, crecer implicó aprender a silenciar necesidades emocionales para encajar, sobrevivir o sostener entornos que no daban espacio para la vulnerabilidad. Y cuando expresar emociones fue visto como exagerado, incómodo o inadecuado, el cuerpo tuvo que encontrar otras salidas. Comer, comprar, hacer, rendir, y no por capricho, sino porque nadie te enseñó a pausar y preguntarte: “¿Qué necesito en realidad?”
Esa desconexión no es un error tuyo, es una estrategia de adaptación.
El problema es que, con el tiempo, este hábito de “apagar” lo que duele también apaga lo que nutre. Dejás de registrar el hambre real, el cansancio real, el placer real. Todo se vuelve mental, toodo se vuelve control.
Este no es un camino de “corregir” lo que hacés, sino de empezar a reconocer lo que sentís sin necesidad de anestesiarlo. Ahí es donde empezamos a abrir espacio para otra forma de estar: con más conexión, con más respeto por tu cuerpo y con una mirada más compasiva hacia lo que necesitás.
Recurso
Comer con presencia, no con culpa
Mindful Eating o alimentation consiente no es una dieta ni una técnica para “controlarte”. Es una invitación a estar con vos en el momento en que comés, sin juicio, sin exigencias.
No se trata de comer “perfecto”, sino de empezar a notar:
- ¿Qué siento antes de comer? ¿Hambre real, ansiedad, aburrimiento, necesidad de contención?
- ¿Cómo me hablo cuando como algo que no “debería”?
- ¿Qué necesito en realidad en este momento?
- ¿Puedo parar un segundo antes de comer y tomar una respiración?
Te propongo un primer paso:
La próxima vez que sientas esa urgencia por comer “algo”, frená un momento y respirá 3 veces con conciencia. No para evitar comer, sino para abrir un espacio entre el impulso y la respuesta. Ese espacio es donde empieza el cambio.
La práctica no está en “hacerlo bien”. Está en volver a vos cada vez que puedas. Con compasión, sin castigo, sin reglas rígidas. Porque comer también puede ser un acto de autocuidado, y vos mereces cuidarte de maneras que te nutran, sin parches <3